lunes, 7 de marzo de 2011

Trabajo, inercia y “wu wei”

Hace ya bastantes años, como era habitual por la edad y las circunstancias, nos subimos a un carro y fuimos desgranando años a golpe de calendario y reloj.
Apenas nos dimos cuenta del paso del tiempo. Entonces, más lento. Y, como si se tratase de un coche con cuarenta velocidades, íbamos pasando de una a otra con las doce uvas.
Hemos ido viendo noviazgos, bodas, nacimientos, bautizos, comuniones, más bodas y bautizos.
Y nosotros, a lo nuestro. Como respirar sólo aspirando, sin espirar más que de cuando en cuando.
El trabajo, la actividad inevitable, el ocio planificado y lo que nos rodeaba acompañándonos en nuestro camino.
Unas veces corriendo, otras andando, algunas, las menos, paseando y siempre dentro de nuestro micro-mundo, atados, como Sísifo, a la tarea de subir el peñasco a la montaña una y otra vez.
Bien es verdad que, a veces, el camino se nos antojaba placentero, pero otras también, monótono o no tan agradable.
Me viene a la mente, la imagen de un metrónomo. Clac, clac, clac…


Costó iniciar la marcha y adquirir velocidad pero lo hicimos, nos podemos sentir a gusto con nosotros mismos.
Hacíamos y teníamos cosas, producíamos.
Según nos tocó o nos agenciamos, tuvimos el cuello de la camisa más o menos amplio y, a fin de cuentas, no nos podemos quejar, tuvimos camisa.
Era nuestra vida, nuestro camino en el carro.
No se trata de presentar una visión fatalista o determinista de la vida, sino de echar un vistazo atrás, desde un cerro y ver lo que ha sido sin más profundidades.
Con el tiempo se iba incorporando a nuestro carro la inercia. Fuimos razonablemente cómodos a nuestra velocidad, requiriendo menor esfuerzo para rodar y satisfechos de poder ver con más calma los paisajes y los acontecimientos que nos iba presentando la vida, libres del continuo esfuerzo del principio.
Y así rodamos.


Pero, llega un día y se te empieza a desmontar el carro. El proceso es más o menos sorpresivo, esperado, voluntario o forzoso, pero en cualquier caso, inevitable.
Unos lo estamos experimentando y otros lo tienen a la puerta.
En este punto, ya no tenemos la necesidad de producir, de hacer, de conseguir o de demostrar.
Resulta que decrecen nuestras actividades inevitables, nuestro ocio planificado y se nos plantean incógnitas nuevas o que teníamos relegadas.
Éramos tan apañados, trabajadores, tan ocurrentes y tan válidos que podemos hasta pensar en la sinrazón de una sociedad que prescinde de tales elementos.
Pues sí, somos prescindibles y además, no nos hace falta la inercia.
Nuestra inercia adquirida, compañera de tantos años, se hace más palpable y puede volverse algo incómoda y resistente a permitirnos reducir la velocidad de nuestra marcha.
Tantos años trajinando y ahora te cuesta pararte.
El reloj deja de tener el sentido que le habíamos dado y el paisaje se torna diferente.
En definitiva, hemos de seguir caminando según nos permita el cuerpo y retomar las riendas con otro ritmo. Parece obvio y sencillo pero, el inconsciente nos puede esconder este cambio y, dicho de otro modo, un día podemos sentirnos vacíos, sin aire en los bolsillos.
Sigues, recuerdas aquél “tengo que…” y te empiezas a dar cuenta de que no tienes que…nada.
Algo suponíamos, esto sucedería, pero parecía tan lejano…
¿Te das cuenta? Resulta que se terminó tu tiempo productivo.


Bien, ya vamos asimilando nuestro recientemente estrenado estado vital.
Y no necesitas un carro, puedes seguir a pié.
Vas sintiendo que hay palabras que empiezan a adquirir un significado más profundo y grato, palabras que estaban ahí pero que, tal vez, no sentíamos mucho como nuestras.
Me refiero a la calma, armonía, disfrute, equilibrio, serenidad, cordialidad, sosiego, placidez, apacibilidad, reposo, amistad y muchas otras más.
Leía en un artículo de una revista algo sobre el vacío productivo contra el ocio en el sentido más completo de la palabra. Podemos no hacer nada. Ese vacío que se torna ocio nos sirve para encontrarnos con nosotros mismos, es la única forma de aprovecharlo, de dejar que se haga el silencio para oírnos, para escuchar nuestro interior y dejar que los procesos que nos organizan los sentimientos hagan de las suyas para uso y disfrute nuestro.
¿Qué mayor disfrute que escuchar el viento o la lluvia sin reloj y sin tenerles que dar sentido?
Se puede ser casi feliz, tampoco vamos a echar las campanas al vuelo, mirando un paisaje cualquiera o a la gente o a un nieto que nos empieza a acompañar.
Y, como puedo comprobar en muchas ocasiones, sentir la compañía de amigos, de viejos amigos con los que ir andando.
Ser como la rama fina de un árbol que se mueve con el aire.
Las tareas y Sísifo quedaron atrás. Puedo subir la peña al cerro pero, por deporte, si quiero.
¡Qué descanso, no tener que demostrar nada!
Lo que sabes, lo has aprendido y lo que no, tal vez te interese y te pongas a ello. Pero, por deporte, si quieres.
No sé a qué filosofía, si es que a alguna, pueden asimilarse estos pensamientos, pero me da lo mismo, es mi filosofía y, por ahora, en mi nuevo estado improductivo me cuadra.
Por ahora, mis endorfinas, dopaminas, neurotransmisores y demás zarandajas, me “colocan” lo suficiente para vivir esta etapa soñando lo que no había podido soñar durante años.
¡Viva el Wu wei!

Wu wei (filosofía taoísta): Algo así como forma natural de hacer las cosas, sin forzarlas con artificios que desvirtúen su armonía y principio.