David Torres
España
limita al este con el Gürtel, al oeste con Bárcenas, al sur con los eres
andaluces y al norte con Oriol Pujol. España es una piel de Montoro atravesada
por incalculables ríos de mierda y de financiación ilegal. Hay guadianas de
dinero negro corriendo escondidos bajo la tierra, una intrincada hidrografía de
chanchullos que va desde las cataratas de Ana Mato al caudaloso Urdangarín.
España no termina en dos orzuelos africanos, como rezan los ingenuos mapas del
colegio, sino en Suiza por un lado, donde se alzan cordilleras de billetes
robados compitiendo con los Alpes, y en el paraíso fiscal de Delaware por el
otro, hasta donde llega la sombra protectora del ático marbellí de Ignacio
González. En el imperio trasatlántico de Felipe II no se ponía el sol y en los
reinos subterráneos de Juan Carlos I no acaba de salir. Del asco.
Este
es la transparencia por la que clamaba Mariano, citando a Juan Ramón Jiménez.
La transparencia, Dios, la transparencia. La región más transparente, por
recordar a Humboldt y a Fuentes, es todo un cenagal de fango donde lo único
claro es el olor: el pestazo nauseabundo de la corrupción. España es un cadáver
político enterrado bajo panteones de siglas y fundaciones de cartón-piedra, un
inmenso muerto sangrado y expoliado por legiones de cucarachas con corbata, una
geografía podrida, una inextricable selva de cuadernos de contabilidad a través
de la cual intentan abrirse paso periodistas y jueces con varios años de
retraso, como exploradores condenados por su propia desidia.
A
España ahora la recorren a los cuatro vientos esbeltas comadrejas de maletín
saltando de ladrillo en ladrillo y de caverna en caverna. En las carreteras
circundadas por la ruina, el hermoso toro de Osborne se ha metamorfoseado en
una rata gorda sin cojones y sin cuernos.
Cada
noche, en la corte de los milagros de la televisión se sientan un interminable
rosario de desechos de tienta informativa, tertulianos vendidos o alquilados,
camafeos de la FAES ,
lameculos profesionales, reptiles dotados de habla; Mario Conde, un banquero
convicto y confeso, da lecciones de ética, y Pío Moa, ex militante del GRAPO
reconvertido en historiador alternativo, escribe libros al estilo de Nietzsche,
a martillazos. Un homicida sin carné que conducía por Cuba de oído es indultado
por unanimidad, y mientras, una pobre mujer que usó una tarjeta de crédito para
comprar comida y pañales casi acaba en la cárcel. Aguirre parece un chacal a la
espera del último aliento y Rubalcaba un buitre a la espera de la última
piltrafa. Al duque de Palma le da miedo ser pobre. Al presidente le asusta la
realidad y se esconde en un confesionario de pantalla plana porque no
encontraba un doble de riesgo. Los peatones ya no sabemos si esperar la república,
la tecnocracia o el neolítico.
España
ha vuelto donde siempre estuvo, a las cuevas de Altamira a pintar bisontes a
oscuras y a las cenas antropófagas de Atapuerca.
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