sábado, 22 de octubre de 2016

QUÉ MÁS QUISIERA YO QUE TENER LA SOLUCIÓN

A lo largo de la historia del mundo, todas las crisis, del tipo que fueran, y sus encrucijadas se han "solucionado" con guerras. ¿Hambre en el antiguo Egipto? pues vamos a pelearnos con los semitas del este; ¿epidemias en la china medieval? pues a combatir entre facciones o contra las gentes del norte; ¿sequías y diferencias entre los persas? pues a conquistar Mesopotamia y lo que se ponga por delante. Y ni siquiera hay que irse tan lejos, lo mismo ocurrió con Roma, Cartago, las migraciones bárbaras, la Edad Media europea, los tejemanejes precolombinos americanos, y hasta las guerras europeas del siglo XX que superaron en brutalidad a cualquier otro momento histórico, eso sí siempre al servicio de mejorar el mundo y de la mal llamada democracia o cualquier otro camelo.
Habrá incluso quien defienda que esto es evolución imperiosa, progreso necesario y condición humana inevitable. Pues vale, la perra gorda para el listo que lo piense, pero ahora quería yo venirme a nuestros días y ver qué pasa. Ahora se mantienen unas cuantas guerras activas para que no se desmorone la industria armamentística de los países poderosos y para que unos cuantos energúmenos con poder puedan especular con quién la tiene más grande.
Pero la guerra de verdad, la guerra bestia que tanto se temió durante la llamada Guerra Fría, se congeló por entonces y parece que, afortunadamente, nadie se atreve a sacarla del congelador salvo algún pirado que aún saca los dientes por debajo de la chilaba o la gorra coreana.

Ahora, la crisis tremenda de la superpoblación, la provocada por la multitud de desheredados que andan pretendiendo vivir mejor y ser dueños de su destino y su comida, se soluciona por otra vía: la de la crisis económica diseñada por las grandes corporaciones financieras cuando no por los ocultos poderes internacionales de los más poderosos, que viene a ser lo mismo.
Cuando cayó el maldito muro de Berlín, paradigma provinciano del telón de acero, alguien comentó: "Ahora ya no habrá nada que frene al capitalismo más feroz". Y acertó. Desde entonces, parece que toda crisis real y humana va a solucionarse con otra crisis artificial y económica que pare los pies a los pobres de siempre que pretenden —¡mira que son ingenuos!— vivir un poco mejor.
Y en esas estamos: vuelve la esclavitud disfrazada de explotación laboral apoyada en la demanda de empleo como sea; vuelven los mercaderes a dominar la escena, aunque sospecho que nunca se fueron; vuelve a crecer —Edad Media style— el sistema de diferencias abismales en el que son necesarios muchos pobres acojonados para que las minorías poderosas no sepan ya ni dónde meter sus caudales.
Y lo peor es que las mayorías no tienen ya ni medios ni arrestos para montar un cisco de los buenos a sus depredadores de siempre. A esas mayorías se las ha adiestrado para estar pendientes del la última gilipollez televisiva o de votar a la marioneta de turno que sigue, lo sepa o lo ignore, los dictámenes de los verdaderos dueños de esta finca esférica que sigue rodando por el espacio de puro milagro.

(Enrique Gracia Trinidad)

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