sábado, 30 de julio de 2016

ESCRIBIR ES ESTAR SOLO

Se ha dicho muchas veces y de distintas maneras: Escribir es una tarea solitaria.
Solitaria sin duda, aunque algunos pensemos que uno escribe acompañado de ese otro que lleva dentro y que unas veces es el que escribe y otras el que recibe lo escrito.
En cualquier caso, conviene tener esta condición solitaria muy en cuenta para no caer en las garras, casi siempre preocupantes, de la multitud. Por eso mismo, estos caminos nuevos de las redes sociales tienen bastante peligro.Bueno es tener alguien que te lea, pero nunca sabes si es un lector de verdad o un pasa-pantallas ocasional, que está muy bien, pero no es lo mismo.
Además existe otro riesgo mucho más preocupante cuando proliferan los comentarios laudatorios, los emoticonos admirativos y los famosos "me gusta". El escritor entonces puede sentirse acompañado, admirado; incluso puede pensar que está rozando eso que llaman fama y que como todos sabemos o debiéramos saber suele ser un fantasma huidizo y efímero.
Es del trabajo concienzudo, del esfuerzo constante, de la autocrítica impenitente de donde puede surgir la mejor literatura, nunca de la autocomplacencia, jamás de la vanidad alimentada con halagos rápidos y fugaces, ni del aplauso de una tarde, ni siquiera de la satisfacción de haber vendido bastantes ejemplares de un libro o de salir en reseñas de periódico.
Todo eso se evapora pronto y el escritor vuelve a su verdadera condición: quedarse solo, enfrentarse a sus propios fantasmas y seguir siendo un mirón de la vida que se atreve a contar lo que mira, sea con los ojos del rostro o con los del alma, sea hacia fuera o hacia dentro.
Como el refrán dice aquello de que "de bien nacidos es ser agradecidos" y uno confía en haber nacido como es debido, cumple agradecer al lector, al que alaba, al que aplaude y, no digamos, al que compra tu libro, pero una vez cumplida la cortesía de buena fe, deberíamos saltar sobre la sensación de calor del halago y volver al gélido desierto de la soledad que es donde se alza nuestra casa y donde tenemos, más o menos escuálido, el pan nuestro de cada día.

(Enrique Gracia Trinidad)

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