domingo, 15 de octubre de 2017

La declaración

En una ocasión una buena amiga me contó una anécdota que había vivido en primera persona. Los acontecimientos del relato tienen lugar en el verano de 1973, con el dictador dando sus últimos coletazos desde el Pardo y el Régimen preparándose para resistir las olas de libertad que comenzaban a expresarse.
A través de una organización religiosa se estaban llevando a cabo unos intercambios estudiantiles con colegios de otros países, en este caso el destino de niños de varios países de Europa era Estados Unidos. Es fácil deducir que el espectro socio económico de las familias de los niños y niñas participantes en el intercambio era medio alto, en realidad era más alto que medio.
Llegados los estudiantes al aeropuerto de Nueva York, el responsable de la expedición tenía que repartir a los alumnos en grupos según su procedencia, con la finalidad de establecer los lugares y familias de destino. Para ello necesitaba agruparlos por idioma materno y países de procedencia. Así que fue pidiendo en voz alta… Los franceses aquí, los alemanes a mi izquierda, los españoles a mi derecha. Cuando hubo acabado vio un grupo que no estaba unido a ninguna de las opciones. El tutor se dirigió a ellos y les dijo, “vosotros os he dicho que los españoles a mi derecha” ellos contestaron “no somos españoles, somos catalanes”.
El hombre se quedó un tanto perplejo ante la respuesta, no olvidemos que era la época en la que se gritaba ¡España! ¡UNA! ¡España! ¡GRANDE! ¡España! ¡LIBRE! Acabando con un ¡VIVA FRANCO! y ¡ARRIBA ESPAÑA!, decidió buscar una salida airosa y dijo “está bien, entonces los que viajan con pasaporte de España a mi derecha”; el grupo se encaminó a unirse con el resto de españoles.


En su comparecencia ante el Congreso de Cataluña, Carles Puigdemont intentó revestir de solemnidad el acto que iba a llevar a cabo. El comienzo fue retrasado por necesidad de consensuar la declaración del President. La CUP se resistía a aceptar que no se produjera la tan esperada declaración de independencia de la República Catalana. Mientras tanto los socios del Govern buscaban una salida elegante al embrollo en el que se encontraban. La expectación en la calle era máxima, se pasaba de la euforia a la decepción.

En los primeros instantes, en los momentos en los que Puigdemont se refirió a los resultados de la votación del 1 de Octubre y a las consecuencias que de ella se derivaban según la ley de referéndum aprobada por la Cámara de Diputados Catalana, se descorchó cava y la estelada ondeaba orgullosa. Al suspender la entrada en vigor, vuelta a colocar los corchos y a enrollar las banderas. A todo esto se llega haciendo equilibrios legales para incumplir unas disposiciones legales emanadas del mismo Parlamento Catalán. Entre las transgresiones está la ausencia de organismo validador que certifique y haga públicos los resultados. La inexistencia de la Sindicatura (Junta Electoral) validadora y anunciadora de los resultados hace imposible un requisito indispensable y la validación deciden hacerla los propios convocantes. Esto en términos democráticos es cuando menos anacrónico.
La respuesta del Gobierno del PP al ofrecimiento de dialogo de la Generalitat ha sido en clave gallega, contestando con una pregunta para conseguir obtener varias cosas: En primer lugar el Gobierno de Rajoy pretende recuperar la imagen internacional como gobierno dispuesto a utilizar recursos democráticos para solucionar un conflicto. A continuación quiere obligar al Govern a dilucidar la licitud de sus actos. Explicitar si son legales, NO declaración de independencia con la humillación consiguiente, o bien que se manifieste abiertamente fuera de la ley y por lo tanto susceptible de ser represaliado. La pregunta también va dirigida a la línea de flotación del frente independentista. El único nexo de unión entre ellos es el proceso soberanista, fuera de ese término nada une a la CUP con ERC o PDeCAt. La desafección de la CUP con sus eventuales compañeros de viaje llevará a elecciones en Cataluña sin necesidad de aplicar el artículo 155 de la Constitución. Por último pero no menos relevante de la intencionalidad de Rajoy es comprobar las reacciones de los núcleos duros de su partido y de determinados poderes en la sombra que abiertamente empiezan a asomar la patita por debajo de la puerta, ¡la ultraderecha española reaparece cara al sol! 
Entre los de la patita por debajo de la puerta encontramos a Pablo Casado personaje del PP al que nadie ha rectificado ni rebatido. Sus declaraciones sobre el destino del President Puigdemont comparándolo con el de Lluis Companys hablan por sí solas acerca de su ideología.
Sus posteriores melifluas explicaciones no aclaran si prefiere para el actual President la prisión en campo de concentración o el fusilamiento. Pero es que los Gobernadores Civiles en los que han derivado los Delegados de Gobierno se rigen por los mismos parámetros. Miran con descaro hacia otra parte (normalmente a la parte más derecha de la calle) cuando sus amiguetes de toda la vida envueltos en trapos adornados con pajarracos apalean a participantes en expresiones de disidencia democrática o a políticos que estos cafres consideran impuros. Son muchos los ejemplos; Barcelona, Valencia, Zaragoza. Ni una intervención policial tras los incidentes ni una detención tras las agresiones, ni una identificación tras los disturbios. Solo la presión mediática ha impulsado alguna leve reacción.


Ese y no otro es el escenario que nos ofrece el partido auto denominado defensor del paradigma de la democracia, el PP convida a violencia ultra en las calles y para los disidentes represión institucional.

El presidente de un partido imputado por fraude financiero para alcanzar la victoria electoral pretende darnos lecciones de comportamiento democrático dentro de la legalidad cuando su organización está judicialmente imputada por haber hecho trampas para saltarse la Ley.
Lo triste es que sigue siendo el Presidente del Gobierno de una España que por mor de su ineptitud cada vez está más rota y deviene en menos solidaria.
En este escenario necesitaríamos tener a alguien que propiciara un clima de respeto entre nosotros para no tener que exhibir continuamente el pasaporte.
Mucho nos tememos que ese alguien - en esta ocasión - tampoco va a ser la Corona.


(José Antonio L.C. http://cort.as/--REZ)

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